Salceda Fernández
Fundador
Éste es el mail que rompió una empresa y una amistad
Te pego el mail quitando el nombre de mi socia.
Te voy a contar una cosa que me pasó hace algunos años.
Trabajando en clínica veterinaria, he visto de todo.
Desde perros y dueños que se duermen (y roncan, pero esa es otra historia que te contaré en otro correo) en plena consulta, hasta los que protagonizan escenas dignas de John Wick. Y Charlie… es de esos últimos.
Yo ya sabía que no le caía bien a Charlie, no era su primera vez en la consulta. Para mi eso no era problema mientras se cumplieran dos condiciones:
a) Que alguien decidido y con fuerza, sujetara a Charlie mientras le hacía el reconocimiento.
b) Que Charlie tuviera puesto un bozal.
Si, es triste poner un bozal, pero más triste es perder la mano, la mía o la del que sujeta, porque Charlie cuando se ponía a repartir no miraba de quién era lo que iba a masticar…
Y tú es posible que te estés preguntando, “¿qué clase de monstruo del averno con esa fuerza sobrehumana causa tanto miedo a un veterinario?”
Pues te lo digo, un chihuahua.
No te rías, no,… que tienen más peligro que yo a primeros de mes en un bazar chino.
Y si no te lo crees, pregunta a tu veterinario qué razas son las que más atacan a los veterinarios en consulta.
Pues total, que allí estaba Charlie, con su condición b cumplida, pero ¡Ay la condición a…!.
La condición a) se llamaba Susana y tenía 12 años. Sus padres la habían enviado para que yo vacunara al pequeñín de la casa.
Yo: “Hola Susana: ya sabes que a mi, Charlie me odia cordialmente, y necesito que lo sujetes de esta manera con firmeza pero sin apretar tanto que no pueda respirar. Lo más importante de todo: por la gloria de tu madre, no lo sueltes mientras lo estoy examinando”
Susana me miró un par de segundos con esa expresión juvenil indescifrable, que no sabes si está pensando que eres idiota perdida o simplemente desprecio adolescente, y procedió a sujetar a Charlie.
Todo fue bien hasta que llegamos a la parte en que tengo que profanar el claustro trasero con mi (frío) termómetro.
Llegados a ese punto pasaron varias cosas en nanosegundos, aunque yo las viví a cámara lenta, como en las pelis de Matrix.
Al levantar el rabo, y entrar en contacto el fresquito del termómetro con la zona cero, Charlie hizo gala de su fuerza sobrecanina, empezando a moverse como poseído por el espíritu del maligno, mientras lanzaba alaridos como si lo estuviéramos abriendo en canal, o poniendo a Camela en el hilo musical.
Al notar el movimiento y el sonido, Susana emitió un chillido, levantó las manos en el aire, como quien es apuntado por una pistola, y liberó su presa.
Charlie, viéndose libre de ataduras y sodomía, procedió a hacer uso de esa uña lateral que tienen los perros en las patas delanteras, como un pulgar atrofiado, y que están diseñadas para poder quitarse el bozal con una facilidad pasmosa, para eliminar la barrera entre sus dientes y mis preciados dedos.
Pero los veterinarios también llevamos de serie unos reflejos de puma, fruto de años de esquivar gatos furibundos y chihuahuas asesinos, y afortunadamente no me grapó la mano.
Sin embargo, esto no fue lo peor.
Lo peor fue que Susana se negó a intentar ponerle de vuelta el bozal porque (y con razón), temía que le mordiera. Así que hubo que llamar a su casa para que viniera alguien a ayudarnos.
Por suerte, con la ayuda y pericia de su madre acabó vacunado y no hubo lesiones por ninguna parte, eso sí las uñas ya si eso que se las corten en casa…
Ahora, aunque XXX y yo hemos cambiado la bata blanca por la tecnología, seguimos trabajando para cuidar a los peludos de otra forma. Con Maia, nuestra asistente virtual de triaje, puedes identificar rápido si un síntoma que te preocupa puede ser grave o solo una exageración tipo “Charlie”.
Vacunar salva la vida del perro. Los reflejos, la del veterinario


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Con cariño y mucha experiencia,
Salceda
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